jueves, 8 de mayo de 2014

Leyendas del Carchi

El Ángel-Espejo-Carchi 
Una extraña coincidencia
La tarde que supo la noticia, Matilde lloró arrimada a la pared del huerto de la casa, con un necio lamento que le venía robusto desde adentro. Había fallecido Juan, el sobrino querido. El único. El consentido del alma. Por eso le parecía que a esa hora el mundo se había terminado bruscamente. Tenía la impresión de que la sangre la golpeaba como un puño en la garganta. Quería, que ese rato, la tierra la tragara de una vez, de un asalto, de un bocado.
Se serenó cuando mama Carmela la llamó con un grito afilado desde el patio.
-          ¡Matilde!-dijo- ya es hora de la pastilla.
-          Si mama – respondió con esfuerzo-
Entonces, dominando la crisis, se limpio las lágrimas paseando varias veces las yemas de los dedos por los ojos
Mama Carmen tenía el corazón muy acabado, que a de morir en cualquier rato se había dicho, sentada o caminando. Por eso nada de sorpresas, ni escándalos, ni las carotas largas en la casa.
Matilde se vistió de un luto que no era riguroso.
-Me voy a Quito, dijo con cautela, apoyando una mejilla sobre el hombro de la abuela.
-Tengo cita con el médico-
Durante un ínstate hubo un silencio que le pareció puntual en ese momento.
-Y por qué de negro- pregunto mama Carmen sosteniendo un bostezo con la mano.
-El negro está de moda y sobretodo guarda el sucio- respondió Matilde sin quitar la mejilla del hombro de la anciana.
Mama Carmen aprobó con la cabeza y deteniendo los ojos en los finos cueros del rostro de Matilde, trató de desempapelar la pintura de una ciénaga fea que parecía atormentar a la muchacha.
Se miraron con ternura y nada más se dijeron. Pasaron  los días y Matilde seguía vestida de luto que no era riguroso.
Una mañana cuando mama Carmen dormía la siesta del domingo sobre una estera tendida en medio patio, la asaltó, como una charca de moscas, un montón de oscuros pensamientos. Despertó sobresaltada. Miro de rededor. Allí estaba Matilde, pensativa con ese duelo que le parecía absurdo, sin razón.
-Por qué ese duelo- preguntó de nuevo.
-Porque el negro está de moda y sobre todo guarda el sucio- dijo Matilde con un tono indeciso que a la abuela no le sentó congracia a esa hora.
-¡Mentira! Gritó la anciana, escondiendo el rostro entre las manos.
La inocencia de Matilde cambió de humor cundo vio a mama Carmen desatarse en una fea tormenta de delirios que parecían ponerla muy cerca de un descalabro fatal. Entonces, espantada, se apegó a la abuela. Le peino el cabello con los dedos. Y procurando no desbaratar las hebras del fatídico secreto, dijo, a secas, conteniendo las ganas de no llorar que Joaquín había muerto.
Joaquín era un amigo del barrio que en buena época se fue a la capital  en busca de trabajo. Fue el novio de Matilde en otro rato y era más de quince años que no había vuelto.
Sólo se necesitaron unas cuantas palmadas en la espalda para que mama Carmen acabara convenciéndose.
Joaquín tenía la reputación de hombre afortunado. Una tarde, al azar, regresando de Ipiales, se detuvo Joaquín en la plaza del pueblo, cerca del camino viejo que iba a San Isidro, frente a la casa de mama Carmen, blanqueado con cal viva. Con los nudillos de la mano dio tres golpes en la puerta de entrada. Espero un instante y volvió a golpear. Cuando sintió que de adentro venia unos pasos,  se arrimo a la pared. La puerta crujió y mama Carmen apareció solemne, con la bata de casa floreteada.

-¡Hola, mama Carmen! Grito Joaquín entusiasmado, estirando los brazos hacia el aire. La anciana permaneció en suspenso con las manos en la cara. Lo miro sin pestañar, con una expresión de espanto y tragedia. Luego sintió el contacto de sus manos con las suyas. Abrió la boca y no le salió una palabra. Y cuando al fin quiso gritar, el corazón acento su último golpe y se cayó.

Colección Rumichaca-Pumamaque_Poemas y leyendas de nuestra tierra 

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