Leyendas del Carchi
El Ángel-Espejo-Carchi
Una extraña coincidencia
La
tarde que supo la noticia, Matilde lloró arrimada a la pared del huerto de la
casa, con un necio lamento que le venía robusto desde adentro. Había fallecido
Juan, el sobrino querido. El único. El consentido del alma. Por eso le parecía
que a esa hora el mundo se había terminado bruscamente. Tenía la impresión de
que la sangre la golpeaba como un puño en la garganta. Quería, que ese rato, la
tierra la tragara de una vez, de un asalto, de un bocado.
Se
serenó cuando mama Carmela la llamó con un grito afilado desde el patio.
-
¡Matilde!-dijo-
ya es hora de la pastilla.
-
Si
mama – respondió con esfuerzo-
Entonces,
dominando la crisis, se limpio las lágrimas paseando varias veces las yemas de
los dedos por los ojos
Mama
Carmen tenía el corazón muy acabado, que a de morir en cualquier rato se había
dicho, sentada o caminando. Por eso nada de sorpresas, ni escándalos, ni las
carotas largas en la casa.
Matilde
se vistió de un luto que no era riguroso.
-Me
voy a Quito, dijo con cautela, apoyando una mejilla sobre el hombro de la
abuela.
-Tengo
cita con el médico-
Durante
un ínstate hubo un silencio que le pareció puntual en ese momento.
-Y
por qué de negro- pregunto mama Carmen sosteniendo un bostezo con la mano.
-El
negro está de moda y sobretodo guarda el sucio- respondió Matilde sin quitar la
mejilla del hombro de la anciana.
Mama
Carmen aprobó con la cabeza y deteniendo los ojos en los finos cueros del
rostro de Matilde, trató de desempapelar la pintura de una ciénaga fea que
parecía atormentar a la muchacha.
Se
miraron con ternura y nada más se dijeron. Pasaron los días y Matilde seguía vestida de luto que
no era riguroso.
Una
mañana cuando mama Carmen dormía la siesta del domingo sobre una estera tendida
en medio patio, la asaltó, como una charca de moscas, un montón de oscuros
pensamientos. Despertó sobresaltada. Miro de rededor. Allí estaba Matilde,
pensativa con ese duelo que le parecía absurdo, sin razón.
-Por
qué ese duelo- preguntó de nuevo.
-Porque
el negro está de moda y sobre todo guarda el sucio- dijo Matilde con un tono
indeciso que a la abuela no le sentó congracia a esa hora.
-¡Mentira!
Gritó la anciana, escondiendo el rostro entre las manos.
La
inocencia de Matilde cambió de humor cundo vio a mama Carmen desatarse en una
fea tormenta de delirios que parecían ponerla muy cerca de un descalabro fatal.
Entonces, espantada, se apegó a la abuela. Le peino el cabello con los dedos. Y
procurando no desbaratar las hebras del fatídico secreto, dijo, a secas,
conteniendo las ganas de no llorar que Joaquín había muerto.
Joaquín
era un amigo del barrio que en buena época se fue a la capital en busca de trabajo. Fue el novio de Matilde
en otro rato y era más de quince años que no había vuelto.
Sólo
se necesitaron unas cuantas palmadas en la espalda para que mama Carmen acabara
convenciéndose.
Joaquín
tenía la reputación de hombre afortunado. Una tarde, al azar, regresando de
Ipiales, se detuvo Joaquín en la plaza del pueblo, cerca del camino viejo que
iba a San Isidro, frente a la casa de mama Carmen, blanqueado con cal viva. Con
los nudillos de la mano dio tres golpes en la puerta de entrada. Espero un
instante y volvió a golpear. Cuando sintió que de adentro venia unos
pasos, se arrimo a la pared. La puerta
crujió y mama Carmen apareció solemne, con la bata de casa floreteada.

-¡Hola, mama Carmen! Grito Joaquín entusiasmado,
estirando los brazos hacia el aire. La anciana permaneció en suspenso con las
manos en la cara. Lo miro sin pestañar, con una expresión de espanto y
tragedia. Luego sintió el contacto de sus manos con las suyas. Abrió la boca y
no le salió una palabra. Y cuando al fin quiso gritar, el corazón acento su
último golpe y se cayó.
Colección Rumichaca-Pumamaque_Poemas y leyendas de nuestra tierra
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